MACROMUNDOS

El Valor de la Historia

Un molde en una gran prensa presionó el metal caliente, dejando unas marcas en sus dos lados. En ese instante, este objeto adquirió un valor que decidieron previamente unos cuántos personajes alrededor de una mesa, y ahí mismo comenzaría una travesía por el tiempo y el espacio que definiría e impulsaría acciones entre los que lo tuvieron en sus manos. La moneda estaba lista para salir al mundo.

Mientras la moneda se enfriaba, en el mundo pasaban muchas cosas importantes: Francia estrenaba emperador con Napoleón III, recién firmando un tratado de paz con Alemania. Pero no sirvió de mucho pues los ejércitos prusianos y los franceses reaccionarios estarían completando una masacre en la comuna de París, donde alrededor de treinta mil muertos quedarían como saldo. Más cerquita, pero un poco más al norte, estaba iniciando una gran sequía que unos meses más adelante sería la base para el gran incendio de Chicago donde murieron alrededor de dos mil personas más. Aun así, no todo era malo en ese momento, pues Darwin estaba publicando sus teorías a través de sus libros, Giuseppe Verdi estrenaba la maravillosa Aída y se generaban academias y asociaciones alrededor de la lengua y la literatura en España y en los Estados unidos de Colombia. En este último país es donde sucedió todo lo relacionado con la moneda ya enfriada a temperatura ambiente.

En una carreta fue trasladada a la bodega principal del Banco de la República, reunida con sus compañeras de serie. Sin embargo, entrar a ese sitio debió haber sido deslumbrante, puesto que existían muchas, o tal vez demasiadas de las mismas, además de otras de diferentes denominaciones. El ambiente estuvo un poco tenso, pues a Tomás Cipriano se le ocurrió un par de años atrás habilitar nuevamente la impresión de billetes… al parecer las monedas no eran suficientemente prácticas a la hora de manejar cifras altas, ¡y sí que había negocios de alto nivel! Nuestra moneda, una más entre el montón, quedó quieta unos días, hasta que unas manos la toman y la unen a otras en un paquete. Por lo menos hubieran sido de la misma serie, pero no fue así, pues ya habían quedado repartidas en otros lados. Este paquete se unió a otros iguales dentro de una caja y se trasladaron de nuevo a otra carreta que los llevó a su destino: un banco local. Pasaron varios días hasta que abrieron por fin la caja donde se encontró. Los paquetes estaban desorganizados dentro, así que cada vez que las manos ingresaban a la caja era un momento de incertidumbre. Seguramente todas querían salir, pero no pasaron más de dos horas para que nuestra moneda volviera a ver la luz.

La cajera #2 fue la responsable de su salida, llevar el paquete hasta su caja, romperlo y vertir todas las monedas en su mesa. Sin embargo, al momento de soltarlas, tres de ellas alcanzaron a caer al suelo. La cajera corre su silla hacia atrás y se agacha para recogerlas, pero sólo encuentra dos, dejando a nuestra moneda en el suelo, tapada por el borde de la mesa. Tristemente, esta moneda le hizo falta al momento de hacer caja al final del día, pero nunca se le ocurrió volver a buscar. Como dato curioso, la cajera #2 extendió su mano y tomó una moneda de la caja de al lado, lo cual niveló sus cuentas y le descompletó el balance a la cajera #3. No fue sino hasta el día siguiente que pasó una señora haciendo aseo por el lugar, la halló y la levantó. Miró a todos lados y al ver que no había nadie, la depositó en su bolsillo donde se reunió con otras de distintas denominaciones. En ese bolsillo, había otras monedas más antiguas y de menor valor, pero que se vieron cargadas de conocimiento y experiencia. Es probable que, si las monedas tuvieran consciencia, la protagonista de este cuento hubiera sentido admiración por las demás, y tal vez ganas de conocer mucho más, pero su ciclo en el bolsillo terminó al momento en que la mano de la señora ingresa para sacar todo y dejarlo encima de su mesa de habitación. Allí duró toda la noche, fue testigo del amor de la señora con el que parecía ser su esposo, pero que extrañamente tuvo que irse a la madrugada antes de que llegara el verdadero, después de cerrar su turno en la construcción donde realizaba vigilancia. Por alguna razón discutieron, hasta que el señor se quedó dormido y la señora se fue a hacer el desayuno.

Si las monedas tuvieran el sentido del oído, la nuestra hubiera escuchado a la señora gritar que no había huevos mientras caminaba de nuevo a la habitación, donde tomó un grupo de monedas y las llevó a la tienda. Sí, la moneda de esta historia iba en ese grupo y sirvió para completar la transacción. A lo lejos se vio a la señora salir de la tienda mientras el tendero la depositó en una caja de manera organizada. Ella quedó en un cubículo con muchas de su misma denominación. Una vez más, ella era la más joven.

Ser moneda es un acto de suerte, porque por variables muy pequeñas puede resultar en un lado o en otro muy distinto y con intencionalidad totalmente distinta. Durante ese día, la moneda estuvo cerca de hacer parte de unas vueltas, o de entregarse a un proveedor de la tienda, pero por alguna razón mágica, las manos del tendero no daban con ella. Y así terminó otro día, pero esta vez no en el calor de una habitación sino en el frío de una caja de madera dentro de una tienda. Las compañeras rotaron mucho durante días, hasta que por fin fue retirada de la caja para ser entregada como vueltas de un caramelo vendido a un niño de no más de 10 años. El niño emocionado recibió la moneda junto con el caramelo, la guardó en el bolsillo y destapó el caramelo para comerlo de camino a casa. Si las monedas sintieran asco, ese sería el peor día de nuestra protagonista, porque al llegar a casa, el niño la sacó de su bolsillo con sus manos llenas de azúcar revuelta con saliva líquida espesa y caramelizada. Lo que nadie se esperaba es que la moneda de dos pesos que marca el hilo de esta historia entraría por un orificio largo y estrecho donde en total obscuridad se uniría con otras decenas de monedas. Hubo unas que llevaban largas semanas, y hasta meses en ese lugar. Todo esto fue gracias a las campañas de ahorro que se dieron en la oficina de un padre precavido, quien le enseñó a su hijo a guardar las monedas de las vueltas en su pequeña alcancía.

Pasaron un par de meses, pues el niño no era tan juicioso con este tema como sí lo era su padre, pero por fin logró llenar la alcancía, así que era la hora de romperla. Fue todo un evento familiar puesto que en la apertura tuvo la presencia de los dos hermanos mayores, la hermana que le seguía en edad, y la hermanita bebé en los brazos de su madre. Su padre, con una sonrisa de oreja a oreja le insistió en que se apresurara a contar el resultado de su esfuerzo, y de inmediato se conoció la cifra: $137. Este valor le alcanzó para comprarse unos patines artesanales que hacía el señor que olía raro en el mercado de Las Cruces. Aún con rastros de melcocha adheridos a uno de sus lados, nuestra moneda de dos pesos pasó a ser parte de una bolsa de monedas mezcladas en una esquina del pequeño local en el mercado. Para aumentar la posible decepción de la moneda, en esos momentos pudo haberse dado cuenta que no era la moneda más nueva, y que ya existían otras más recientes, más brillantes y de mayor valor. Pero, es claro que las monedas no se decepcionan, así que al final no fue tan grave.

Ni siquiera el mal olor, ni la melcocha incomodaron a la moneda como sí a la chica que la recibió como vuelto por la compra de una pequeña repisa para la cocina de su empleadora... o, mejor dicho, de la empleadora de su mamá. Huyó rápido del lugar con esta repisa que serviría para sostener los condimentos y las hierbas que la mamá usaba en los almuerzos de la familia León, sobre todo en los acostumbrados banquetes que solían compartir con amigos y socios. Los vueltos fueron entregados al señor León y entre ellos fue a parar nuestra moneda. El sr León los dejó en su escritorio. Si las monedas pudieran aprender, este escenario hubiera sido el mejor para aprender de estrategias comerciales, política y formas de corrupción. Lastimosamente, las monedas no aprenden y esta información siguió secreta hasta que un par de años más adelante el sr León fue descubierto y llevado a una cárcel local para pagar por sus robos continuos a las arcas bogotanas. Ahí terminaron los sueños del hijo del medio de la familia, quien estaba planeando lanzarse a la política en búsqueda de más oportunidades económicas para su familia. Pero antes de todo esto, y de manera afortunada, la moneda protagonista fue entregada a un socio de la costa caribe, completando así el acuerdo comercial entre las dos familias empresarias.

Si las monedas disfrutaran, nuestra pequeña lo hubiera hecho con el viaje en barco por todo el río Magdalena hasta llegar a Mompox. Allí su nuevo dueño, el señor Joaquín Piñeres, desembarca con una mercancía de telas para comerciar en la zona. Era la primera vez que traía productos desde Bogotá, pues desde hace mucho lo hizo desde Barranquilla y Santa Marta, su ciudad natal. Su hija, la bella Gabriela, lo recibe con los brazos abiertos en el puerto, pero el rostro de Joaquín no reflejaba la misma emoción puesto que alcanzó a notar que su hija se soltaba de la mano de un sirviente de la casa antes de atracar en el puerto. Nada de estos acontecimientos afecta nuestra moneda, y lo único es que fue entregada a un chico que ayudó a descargar el barco. El chico se fue feliz después de la jornada, y corrió por toda la albarrada hasta llegar a su casa para darle las buenas nuevas a su mamá quien lo esperaba impacientemente. La madre del muchacho tenía problemas del corazón, pero por su estatus, ellos no eran atendidos por nadie, así que sólo debían esperar y comprar la medicina que su economía les permitía, cada vez que se podía. Al ver a su mamá así, el chico corre hasta la botica cerca a la plaza del Tamarindo, hoy conocida como el parque Bolívar. Allí compra la medicina que necesita su madre, y entrega nuestra moneda a la persona que atiende.

En dicha botica, nuestra moneda permaneció por un par de meses, puesto que por accidente quedó al fondo del cajón donde se depositó desde el principio. Ya han pasado años desde que se acuñó, y la moneda de dos pesos ya casi no se consigue, sin embargo, para entregar unos vueltos, la persona que atiende en la farmacia debió buscar hasta el fondo y encontrar la moneda en cuestión. El cambio fue para la misma Gabriela Piñeres, quien había comprado unas hierbas que supuestamente podían ayudarle a no quedar embarazada, pues su padre la desheredaría si se enterara de dicho acontecimiento. Gabriela se dirige a su casa para esconder sus matas en un espacio adecuado, antes de prepararse la bebida salvadora, pero no contó con ver a su padre en el patio interior de la casa, lo cual desató una discusión de grandes magnitudes, a la cual se unió hasta la señora de Piñeres confesando de paso que había estado con otros hombres en los últimos años por la falta de constancia de Joaquín. El desenlace de esta historia se da en una familia desarticulada en privado, aunque fortalecida en público, un embarazo no deseado, y una moneda lanzada hasta un muro cercano al techo por un acto de rabia del momento. En este espacio terminó nuestra protagonista hasta que más de 100 años más adelante, en una remodelación de la casa para montar un local restaurante, yo me encuentro esta moneda y viendo su antigüedad la guardo entre mis muchos objetos coleccionables. ¿Qué futuro le esperará a la moneda de dos pesos? Después de presenciar robos, infidelidades, emoción, felicidad, descuido, corrupción, amores y desengaños, embarazos y peleas, no puede ser el cierre de esta historia.

¿Fin?