MACROMUNDOS

Travesía

“¿Aún falta mucho?” - Pregunta Bartolita después de acabar con el pequeño pozo con agua que encontraron en el camino. “Espero que no Barto… espero que no” - dice Jacinta, justo después de suspirar mientras mira hacia adelante. Jamás pensó que el camino fuera tan complicado, tan extenso. Pero la fe sigue intacta, y tanto Jacinta como Bartolita están convencidas que al otro lado de la gran sabana de concreto existe un mundo lleno de comida, bebidas, zonas de recreación y obviamente de descanso. Ellas han atestiguado que del otro lado siempre viene la comida que les han servido en su plato, que de allí mismo viene el agua que llena sus vientres, por eso continúan su camino sin mirar atrás.

Jacinta llevaba planeando esto por mucho tiempo. Había revisado las bases de los muros que las mantuvo encerradas por un tiempo, y en alguna ocasión notó un ladrillo suelto. Lo mantuvo en silencio hasta que descubrió la forma de cómo moverlo para poder abrir el muro. Hoy Jacinta despertó temprano, pues la ansiedad no la dejó seguir durmiendo. Aún estaba obscuro, pero ella sabía que sólo debía esperar que la señora Carmen despertara, se alistara y viniera hasta la habitación para llevarlas al patio. Bartolita dormía, pues siempre ha necesitado más tiempo para reponer sus energías. Ella, en el día, corre por su patio sin descanso, juega con plantas, insectos, intenta perseguir los pájaros, mientras que Jacinta siempre ha sido más serena y tranquila. Le gusta sentir el viento y los olores que pasan por el patio. Alguna vez, Jacinta había intentado escapar por un pequeño túnel que daba hacia la sabana de concreto, pero quedó atrapada, por lo cual entre Bartolita y la señora Carmen la lograron sacar. El regaño no se olvidó, pero la señora nunca ha dejado de consentirla.

La luz del día se iba asomando, la señora Carmen se iba alistando, y así despertó Bartolita. Con un bostezo profundo se acercó a Jacinta para saludar. En ese momento, Jacinta le hizo saber que hoy sería el día que conocerían lo que había al otro lado de la sabana de concreto. Bartolita, siempre más activa, es un poco más tímida, por eso las palabras de Jacinta la asustaron y dio dos pasos hacia atrás, sin embargo, en ese instante la señora Carmen las llevó al patio. Aún estaba muy temprano, y los pájaros a esa hora les gusta pasar y bañarse en los pocos charcos que quedaron de la lluvia de la madrugada. Ya se empezaba a sentir el calor característico de la zona, así que Jacinta dijo: - “Es hora. Vámonos antes de que sea medio día. Si atravesando el camino sale el sol, debemos ocultarnos en las sombras de los matorrales o los árboles.” - a lo que Bartolita sólo asintió con la cabeza. Con un poco de esfuerzo, Jacinta logró empujar el muro volteándolo y abriéndoles paso al bosque. Era hora de caminar, así que se miraron y comenzaron a caminar. Jacinta, no estaba muy segura del camino a tomar, por lo que rodearon otro muro buscando un canal, una pieza suelta o una rampa que les permitiera cruzar a la sabana de concreto. Después de una hora de caminar, aún no se veía el sol de forma directa, tapado por nubes. Por esto, Jacinta no perdía esperanzas, pero Bartolita comenzaba a quejarse. Fue cuando vieron el pequeño pozo donde los pájaros se bañaban antes de que el agua secara.

“¿Aún falta mucho?” - Pregunta Bartolita después de acabar con el pequeño pozo con agua que encontraron en el camino. “Espero que no Barto… espero que no” - dice Jacinta, justo después de suspirar mientras mira hacia adelante. Poco después, encontraron un túnel tapado con una piedra gigante, sin embargo, el muro que había logrado derribar Jacinta antes demostraba que eso no sería un reto. Después de mucho empujar y sentir que la piedra se movía poco a poco, lograron abrir un espacio por el que cabían, así que, sin pensarlo mucho salieron a ese gran desierto, la sabana de concreto. A lo lejos se podía vislumbrar su destino. El sitio donde salen una gran cantidad de olores, ruidos y donde la señora Carmen habita. Ese es su destino, así que se miraron entre las 2 y con un pequeño gesto se indicaron que caminarían lo que fuera necesario.

Pasaron dos largas horas y ya superaron rampas y rocas gigantes. Llegaron a un punto donde deben decidir, ¿subirán una rampa más? o se meterán entre las rendijas de una reja que da a un túnel muy obscuro y temeroso. Claro, Bartolita no estaba dispuesta a meterse al túnel así que sin decir nada se dirigió hacia la rampa, sólo hasta que Jacinta la detuvo y le señaló. Al fondo, a lo lejos, estaba pasando la señora Carmen camino a su patio. La dejaron pasar y Jacinta dice: - “Aquí debemos ir mucho más rápido. Estamos cerca, pero si la señora Carmen descubre que no estamos todo se complicará”. Bartolita vuelve a asentir con la cabeza y ambas inician lo que sería el recorrido final hasta su destino. Ya ven cerca el cambio de zona, el color del suelo pasa de un gris cemento a un rojo brillante cuando de pronto se escucha un grito a lo lejos. Era la señora Carmen, y como se nota, ya se enteró que las niñas no estaban. - “¡Jacinta! ¡Bartolita! ¿Dónde están?” gritó la señora Carmen, pero Jacinta decide no mirar atrás y avanzar. Pero Bartolita, comenzó a sentir un poco de culpa, y al ver que se acercaba la señora Carmen de vuelta decide detenerse, voltear y levantar sus brazos como en señal de abrazo. La señora Carmen las ve, y exclama: - “¡Mis niñas! ¿por qué se intentaron ir? ¿yo qué hubiera hecho sin ustedes mis morrocoyas lindas? ¡Se atravesaron todo el patio!”. A esta escena se une Jacinta, resignada, pero feliz, pues al ver el sitio a donde estaba yendo, sin matas ni pozos visibles ya le estaba dando un poco de miedo. Algo que nunca le confesó a Bartolita… o por lo menos hasta el día de hoy.