MACROMUNDOS

Todo pasa, Nada Ocurre

Érase una vez una sociedad, un grupo de entes reunidos y conviviendo entre sí. Aportando todos para su supervivencia, con sus propias costumbres, con su propio idioma, con sus propias creencias. Están lejos, en montañas o riveras de río, en ciudades o en praderas inmensas, en las playas o en la mitad del mar. Viven de acciones tal vez milenarias, que se repiten día tras día. Conviven en un sitio donde nada ocurre, donde el tiempo avanza más lento, las vidas llevan menos cargas y las acciones son más cortas. Son los mismos con los mismos, en los mismos sitios, con las mismas actividades. Al final, y como ha sucedido todo el tiempo, todo pasa como están acostumbrados y no habrá novedades hasta que algo externo se entrometa. La lejanía no permite que nadie conozca el exterior, así que este tipo de vida es lo habitual y lo normal. De hecho, pensar en el exterior produce temor, miedo, y esta razón se suma a su estado. Este sitio se puede comparar con un vaso de agua: Cuando lo sirves y lo dejas quieto sobre la mesa, se estabiliza, y aunque físicamente hay movimiento interno entre sus átomos y componentes, se ve una quietud que impresiona. Pero si dejas caer una gota externa en el vaso, si mueves la mesa, o si lo levantas, seguramente el agua dentro del vaso se va a mover en forma de ondas o de minúsculas olas cambiando su estado de calma por un estado turbulento en su medida. Sin embargo, los habitantes de estos sitios lejanos viven felices. No sienten una rutina, por el contrario, se sienten aportantes de una gran sociedad y eso les representa felicidad… en cierta forma se puede pensar que no necesitan nada más.

Algunos entes externos los observan, los analizan como esas colonias de hormigas que se ven en las películas o en los laboratorios especializados, con un vidrio que permite admirar los túneles, los caminos que construyen y su forma de trabajar. Surgen entonces preguntas como ¿cuánto tiempo llevan así?, ¿por qué no aspiran a más?, ¿por qué son felices con sus rutinas? Esa situación era algo inconcebible para ellos, y de muchas maneras intentaron entrar, hacerlos ver otras opciones, cambiarlos… pero era una pérdida de tiempo. Para los habitantes de este sitio alejado era como un reflejo en el vaso con agua, que se veía a través, pero no modificaba en lo más mínimo la quietud y calma que los caracterizó. Era tanto el desespero de los externos que cada vez fueron más agresivos en sus intervenciones, llevaron muestras de nuevas vidas, nuevos horizontes, nuevos alcances y nuevos objetivos. Deseaban cambiar su forma de pensar y hacerlos parte de su sistema, por lo cual decidieron finalmente usar la violencia. Ya no eran simples reflejos que se veían a través del vaso, sino eran movimientos fuertes al vaso que generó la turbulencia. No sólo fue violencia física, también hubo violencia hacia las mentes, cambiando abruptamente formas de hacer y de vivir. Los entes que vivían en esta sociedad oculta comenzaron a ver otras opciones y a interesarse por ellas, y sus tradiciones se fueron perdiendo. También iba desapareciendo ese pacifismo que existía en sus territorios, pues la violencia sin querer, también comenzó a ser parte de su sistema. Al final, esta pequeña sociedad de entes nativos se convirtió en una provincia más de alguna gran sociedad externa.

Estas sociedades alejadas se representan en muchas partes de la vida, esta sociedad puede ser una idea virgen y nativa de nuestro cerebro, pero si permitimos que sea afectada por lo externo se contaminará o muy probablemente se destruirá. Las religiones, las tecnologías, las ideologías políticas, las políticas en general, pueden ser tomadas como entes externos. Nacemos con una idea o creencia adquirida, pero en nuestra vida esta es modificada con violencia o sin ella. La pregunta es, ¿hasta dónde deberíamos ser capaces de controlar este efecto de permeación? Porque es evidente que no es bueno repeler todo ente externo, pero tampoco es bueno aceptar todo lo que se impone.