MACROMUNDOS

La Aldea

Fabrizio se ha sentado en la esquina, solo y aturdido por los últimos sucesos. Jamás creyó que vería a su chica, Natalia, en ese nivel de rebeldía. Ya no quería cargar, ya no quería buscar alimento, ya no quería construir y en sí, ella ya no quería hacer nada. Algunos de los supervisores le han seguido la pista a Natalia y no demoran en dar con ella, desaparecerla y hacer como si nada, como sucede normalmente con aquellos que no producen.

Fabri necesita construir un plan para regresarla a la realidad, hacerle ver que, si ella no aporta, la comunidad no se va a detener, y simplemente serán unas manos menos de trabajo cuando la descubran. Estas manos no harán falta para terminar de construir la aldea subterránea. En ese instante, mientras el chico pensaba todo esto, Natalia cruza por el pasillo de enfrente seguida por cuatro chicas más. Aprovechando que no hay supervisores cerca, Fabrizio decide seguirla, dejando su carga atrás en aquella esquina. El momento se convierte en un juego de no dejarse ver: ni de Natalia, ni de sus seguidoras, y mucho menos de un supervisor. Aunque es consciente al saber que, si la sigue de cerca no correrá peligro, pues ella siempre ha sido muy cuidadosa. Después de recorrer pasillos y salones, llegan a una zona desconocida para Fabri. Natalia mira para todos lados y no descubre su mirada atenta detrás del marco esquinero, así que les dice algo en voz baja a sus seguidoras e ingresan a un salón, cerrando el ingreso tras de ellas.

Esto ya es mucho misterio para Fabrizio, más del que está acostumbrado a cargar. Pero no ve muy viable abrir la entrada para ver lo que se está planeando allí adentro. Otra cosa que le preocupa a Fabri es que Natalia ya tiene seguidoras, y eso significa que si la descubren el castigo será peor: tal vez un castigo público para que nadie más siga sus pasos, o tal vez torturas.

El tiempo pasa rápido y sin contarlo, Fabrizio las ve salir, así que da unos pasos hacia atrás para ocultarse. Pasan casi por el frente, pero volteando hacia la izquierda, como si se dirigieran… ¡a la salida de la aldea! Hay gotas de sudor sobre su frente y su espalda, aun así, él sabe que debe seguirlas y ayudarlas en el caso que sea necesario. Prácticamente, Fabri es miembro de una revolución, aunque absolutamente nadie más lo sabe: ni siquiera las que la dirigen.

Han caminado mucho, han atravesado salones, pasillos, túneles internos, balcones, escaleras y rampas, y pronto, la luz de la entrada se ve a lo lejos, cada vez más cerca. Fabri se acerca con más cautela, mientras Natalia y sus seguidoras siguen a paso firme. Fabrizio nota que todo está bien hasta que un supervisor se para en frente de la entrada principal, impidiendo que continúen con su marcha. El supervisor les pide los permisos de salida y les pregunta a las chicas cuál es el motivo de su salida, pero antes de que pudiera repetirlo Natalia le corta la cabeza mientras las otras atacan a las extremidades. La historia del supervisor termina en pedazos, y las chicas revolucionarias siguen su camino con su guardaespaldas secreto detrás.

Aún no cabe en la cabeza de Fabrizio lo que acabó de ver, pero nada lo detiene en su misión de cuidarla. Las cosas se complican, y un ejército viene detrás de ellos. Se ve que son más o menos unos 250 soldados, formados y avanzando justo detrás de Fabrizio, pero a él no le importa esto y sigue detrás de su amada y sus seguidoras. Al sentir que se acercan cada vez más, Fabri les grita a sus chicas que avancen más rápido. Natalia, sorprendida de la presencia de su novio acierta al decirles a sus seguidoras que avancen mucho más rápido, y por un instante se queda mirándolo, diciéndole sin palabras lo agradecida que estaba por ello. Fabrizio, entendiendo el mensaje decide voltear hacia la tropa que viene detrás, expande sus extremidades delanteras hacia los lados y grita: - “¡Viva la revolución!”, justo segundos antes de ser alcanzado y acabado sin dejar rastro debajo del batallón.

En sus momentos finales, no se desdibujó su sonrisa, pues murió creyendo que aportó al cambio en su aldea. Lo que nunca supo es que Natalia y sus seguidoras acabarían unos centímetros más adelante debajo del dedo de un niño curioso en el jardín de su casa, mientras gritaba: - “¡Mami! ¡Mira las hormigas!”.