MACROMUNDOS

Nuevos Inquilinos

- “¡Hola primo!” – gritó Venacio, acercándose rápidamente a la casa. Ya lo divisaba yo, cruzando la cerca con dos maletas en su boca y agarrando fuertemente a sus pequeños. La última vez que los vi estaban bebés, no medían más de dos centímetros y apenas si podían abrir sus ojitos; pero ahora que los veo más cerca, ya se ven grandes y vigorosos. - “¡Ay primo!, ¡qué falta que hiciste el año pasado!” - le dije mientras ellos subían las escaleras de entrada a casa. Él sólo me miró con cara de preocupación, y dejó pasar mi comentario al olvido… o eso creí en ese momento. Nos abrazamos fuertemente y me presentó a sus hijos que ya eran mayores. Los abracé también a ellos. De inmediato, les recibí un par de bolsas que traían, y los hice seguir a la casa. – “Tu casa igual de lúgubre que siempre, ¿eh?” – me dijo el primo, ante lo cual me sonrojé y le contesté: – “Nos hemos esforzado con mi esposa para que la casa se mantenga así, pero debo decir que me preocupa que la próxima semana, al parecer, llegarán unos nuevos inquilinos a compartir el espacio con nosotros”-. Venacio, quien ha vivido en muchas casas de ricos y pobres, de familias numerosas y de solteros desesperados, de personajes famosos y de escritores desconocidos, me mira con cara de picardía y me dice: - “… tranquilo primo, vengo con la intención de quedarme una buena temporada, así que nos encargaremos de ellos como siempre”. Debo admitir que esto me da mucha tranquilidad, porque con los últimos inquilinos perdí dos de mis ocho hijos de la última camada. Atravesamos el salón principal que tenía todos los muebles tapados con sábanas blancas y las ventanas tapiadas que sólo permitían el paso de los rayos del sol poniéndose en el oeste. Ya se acercaba la noche así que ingresamos por el pequeño agujero en la esquina del salón para entrar en nuestro territorio. En ese instante sale Hilda, mi esposa, feliz de ver a mi primo y sus pequeños. – “Querida Hilda, ¡qué gusto de verte!” – dijo mi primo mientras descargaba sus maletas en el pasillo. Mi esposa se acerca y lo saluda con un fuerte abrazo. Mientras tanto, ella mira detrás de Venacio y se sorprende de los chicos que están detrás, diciendo – “¡Estos nenés están gigantes!” – soltándolo y acercándose a ellos. Yo mencioné que eran dos años largos que no nos veíamos, y mi esposa pregunta: - “¿Por qué no viniste el año pasado?”-.

Entrada la noche, nos ubicamos en el comedor. Yo había logrado conseguir unos hongos, unos trozos de fruta del huerto y unos granos de las bolsas que dejaron en la cocina los anteriores inquilinos antes de salir huyendo de la casa. Nos dimos un gran banquete, y luego de ello decidimos acostar a los chicos para nosotros ir a la cocina a explorar. Le conté a Venacio que teníamos acceso a una botella de vino que había quedado allí y que cuando buscábamos diversión bebíamos hasta embriagarnos, así que, con esta expectativa, mi primo lideró la exploración. Ya con unos tragos encima, comenzamos a tocar temas un poco más sensibles. Por un lado, el primo cuenta acerca de su separación con Violeta, su expareja. Ella le dejó sólo sus dos chicos, y ella se fue con los 35 que restaban, pero nos hace entender que se siente bien así, pues a diferencia de los demás chicos de su edad, ellos lo acompañan a todos lados. Eso me hizo recordar a mis 47 hijos, y preguntarme dónde estarán en estos momentos… sin embargo, no era noche para entristecernos así que comenzamos a jugar y a pasarla bien con el vino, hasta que nos embriagamos y dormimos.

Al día siguiente, un vaso roto nos despierta de improviso. Me levanto y miro alrededor y me alarmo con algunas sombras de personas que caminaban por el pasillo principal: ¡Los nuevos inquilinos han llegado! Desperté a mi esposa y a Venacio, y corrimos lo más que pudimos a nuestro hoyo para protegernos. Le conté en ese instante a mi primo que dos de nuestros hijos habían sido atacados por los humanos, y ante esta historia Venacio respira hondo y decidido nos pide que lo sigamos. Empezamos en el baño, donde estaban colocando algunas cajas para desempacar. Venacio sube y entra a la caja y comienza a sacar las cosas que halló en ella y que su fuerza le permitía. Salieron jabones, vasos, frascos, toallas pequeñas y de todo un poco. – “¡Si ven otra caja hagan lo mismo!” gritó, a lo que nosotros comenzamos a ver alrededor y a actuar. En toda la mañana creo que desordenamos unas veinte o treinta cajas, y ante ello, los nuevos inquilinos empezaron a impacientarse. A lo lejos escuchamos lo que queríamos escuchar: - “La matrona dijo que esta casa estaba embrujada, ¡no debimos haberla aceptado!” – pero el escepticismo del esposo nos indica que debemos seguir trabajando. Pasamos toda la tarde con el mismo plan, pero cuando anocheció y la tensión estaba alta para los nuevos inquilinos, viene el comentario: – “Es hora del plan B chicos” – dijo Venacio. Lo seguimos hacia el sótano y comenzó a buscar cosas entre los chécheres viejos y oxidados. Sacó con sus dientes un par de carretes de cuerda maciza, y me dijo – “Coge la punta de esta, sube y camina entre sillas, mesas, lámparas y todo lo que encuentres en el suelo. Hilda, has lo mismo con este otro carrete. ¡Vamos! No demoren, pues en veinte minutos llegaré con una sorpresa”-. Nosotros hacemos caso y corremos lo más rápido que podemos metiéndonos entre sillas, lámparas y espejos hasta que se terminó el carrete. Nos encontramos con Hilda en el pasillo principal y tomados de la mano corrimos hacia nuestro hogar. Ya era cerca de la media noche, y los nuevos inquilinos dormían plácidamente en sus sacos de dormir, pues no habían armado camas aún. Cruzando el salón vemos a Venacio correr hacia nosotros y grita – “¡Metámonos a los murooooos!” - Detrás de él unos cuatro perros lo venían siguiendo, botando saliva por entre las bocas y ladrando lo más fuerte que podían enredándose con las cuerdas del camino a su paso y tumbando todo a su alrededor. El estruendo generado por las sillas, mesas, lámparas y espejos cayendo a la media noche fue suficiente para que lográramos vivir un resto de otoño felices, tomando vino y cantando en nuestra maravillosa casa “embrujada”.