MACROMUNDOS

Trilogía del Horror

Fernando:

- “Hoy parece un lindo día, si tan sólo estuviéramos pasando por otro momento…” – piensa Fernando al abrir sus ojos y ver los rayos del sol colándose por un par de huecos de la cortina de su habitación. No hay mucho tiempo que perder, así que en un abrir y cerrar de ojos ya se encuentra de pie, buscando su toalla para entrar al baño. En el pasillo del apartamento se cruza con su chica, Daniela, no sin antes darse un beso de buenos días. Ella también parece apurada por su día, pero parece que ya está casi lista. Mientras Fernando se baña piensa en el día de ayer, y una lágrima se le escurre por la mejilla. Sin embargo, les han enseñado que la valentía y la fuerza debe estar por encima de todo así que la lágrima se pierde entre el agua de la ducha y un sinnúmero de autoconvencimientos en que el deber está por encima de todo. Al salir del baño Daniela ya no está en casa, así que decide agarrar dos panes de la alacena para engañar el estómago como si fuera el desayuno.

Antes de todo esto, Daniela y Fernando se repartían los quehaceres, y el desayuno, que día tras día se intentaba hacer más especial. Todo eso dejó de suceder hace pocos días, el trabajo se desborda y los ha descontrolado un poco. Sigue comiendo el segundo pan mientras se viste y se apresura más al ver la hora. Toma su equipo personal, y sale a la calle para tomar su moto hacia el comando central. Efectivamente, el día es hermoso, hay pájaros cantando, un sol brillando y un viento refrescante que anima al más desanimado… aunque al parecer no sucede con Fernando, pues sus pensamientos son cada vez más pesados y tristes. Aún con las demoras de la mañana, logra llegar a tiempo al comando, donde la mayoría de sus compañeros ya están listos para su día. Como en todo trabajo, entre su grupo de trabajo hay unos que se llevan bien y otros que no tanto, pero si algo unía a este grupo era el miedo de perder el trabajo, los ingresos que ayudaban en una manutención en estos tiempos difíciles, y una serie de mantras que repetían los superiores para tratar de convencer en cada una de sus acciones. Se ha generado una sensación incómoda entre todos, pero nadie se atreve a decir nada. Sobre todo, porque “perder el trabajo” no era lo peor que podría pasar.

Llega el comandante avisando que hoy todo empezaría más temprano, pues al parecer, las cosas están más complicadas que ayer. Las instrucciones fueron las mismas, pero esta vez sería en el centro de la ciudad. Todos toman su armamento y se disponen a salir, pero Fernando siente una mano en su hombro que lo detiene. El comandante le hace señas a él y a su compañero Alcázar. Ambos se devuelven al salón, y el comandante los hace sentar. – “Rodríguez y Alcázar, para ustedes dos tengo una misión especial el día de hoy.” – dijo el comandante Rangel. Fernando Rodríguez había temido este día desde hace mucho, pues había escuchado que cosas así sucedían, pero lo había tomado como un mito… un mito que se estaba convirtiendo en realidad con cada palabra que decía el comandante. – “Necesito que se quiten el uniforme y usen la ropa que está en las bolsas de aquella esquina. Siempre usen la capota, porque no pueden ser reconocidos por nadie. Deben infiltrarse en la manifestación y revolver la masa, hacer que la gente estalle de ira y que comiencen a atacar el capitolio. Si es el caso, empiezan ustedes mismos dando el ejemplo. Pero tranquilos, estarán marcados con este trapo blanco que usarán en el brazo. Así los demás sabremos que a ustedes no los atac…” – las palabras de Rangel fueron interrumpidas por Alcázar quien dijo que no estaba listo para esa misión. Evidentemente estaba tratando de no ser parte de este juego bajo que nos estaban planteando, pero trató de no ser tan directo. Fernando, lleno de miedo y de ira al mismo tiempo, estuvo a punto de decir lo mismo, pero el comandante respondió antes – “Tranquilo Alcázar…” – mientras se le acercó y le dio un puño en la cara, continuando su discurso – “¡Aquí no hemos entrenado niñas exploradoras!, y mucho menos les hemos dicho que pueden decidir si hacen o no hacen. Deben entender que esta información que les estoy dando a través de mis órdenes es sensible hacia el exterior, y que donde algo de esto se llegue a saber será un problema para la institución. También deben saber que para alcanzar la paz y la tranquilidad del pueblo hay que pasar por ciertos sacrificios y ustedes están siendo parte de esto. Así que no les queda más que participar como se les está ordenando o recibir consecuencias que dios no quiera pasen a mayores. ¡Es por ustedes mismos y sus familias!”. En la cara de Fernando y de Alcázar no cabía el asombro por la amenaza tan directamente sutil que estaban recibiendo en ese momento, y una vez más, una lágrima intenta salir de su ojo derecho, sólo que esta vez logra detenerla a tiempo antes de demostrar algo que no convenía demostrar. La escena termina con un “¡Sí señor!”. Ambos policías se levantan de sus sillas y se visten como les fue ordenado.

Caminan hacia la puerta de entrada y el comandante los vuelve a detener diciendo – “Señores, les entrego estas maletas que contienen unas cuantas bombas que deberán usar si la gente no se revoluciona fácil. Ustedes podrán usarlas teniendo el correspondiente cuidado de no dañar a sus propios compañeros” – puntualizó. Fernando Rodríguez y Diego Alcázar salieron en ese momento, encontraron un grupo de protestantes, se unieron a los cantos y a la marcha y lograron mezclarse sin que nadie dudara ni por un segundo que ellos no eran parte de su objetivo.

Daniela:

La alarma sonó a las 6am en punto, pero Daniela cansada del día de ayer, la pospuso hasta 4 veces antes de reaccionar. Un poco tarde, le da un beso a Fernando en la mejilla y se levanta. Va a la cocina y prepara café para dos, esperando que Fernando cuando se despierte tome también. Desayuna algo rápido, por el tiempo que tiene corto y también porque la alacena está un poco desocupada. Los últimos días han sido un poco complicados y los costos se han encarecido por algunos bloqueos a las salidas de Bogotá. Sin embargo, Daniela piensa que todo esto es necesario para hacerse oír de todos aquellos que están abusando del poder y que buscan cualquier manera para perpetuar la corrupción que les asegura una continuidad estable, llena de lujos y sin preocupaciones. Luego de comer algo, y preocupada un poco más por la falta de comida para Fernando, piensa en ir a la tienda a gastar algo para complementar, pero justo en ese instante entra una llamada de David, su mejor amigo. Le contesta y después de asentir tres veces seguidas cuelga la llamada, un poco más acelerada por el tiempo y olvidando por completo el tema de la comida para la casa. Se baña rápidamente y sale para vestirse en la habitación.

En el pasillo se cruza con Fernando y sin mediar palabras le da otro beso para que cada uno continúe por su camino. Se viste lo más rápido que puede, toma su maleta con sus pertenencias y en la puerta del baño le grita a Fernando avisando que se iría porque va tarde, pero que le deja diez mil pesos en la mesa del pasillo para que pueda gastar algo mejor de desayuno. No queda tiempo para saber si Fernando escuchó o no, así que sale rápidamente para su trabajo. El camino está bloqueado, y evidentemente toca caminar hasta la oficina, así que se coge de las tirantas de su maleta y acelera el paso. La verdad, la oficina no es tan lejos, así que si camina a buen ritmo puede llegar a tiempo. Veinte minutos después, llega al edificio de oficinas, sube las escaleras porque odia el ascensor, entra a su módulo y descarga la maleta. Sólo debe revisar su correo y contestar algunos mensajes urgentes antes de irse a encontrar con David.

Los planes cambian cuando Fabián, su jefe, la llama a su oficina junto con sus tres compañeros. – “Chicos, para mí es muy…” – la voz de Fabián se quiebra mientras se limpia una lágrima del ojo. Los cuatro compañeros se miran asombrados, y comienza a haber un cuchicheo, pero Fabián reacciona de nuevo continuando con su discurso – “Esto es muy complicado para mí, y aunque hice lo posible porque no se creciera más, también los afectará a ustedes. Estoy en quiebra, como saben, el tema de la pandemia nos afectó un poco, y los últimos días sin transportes activos y sin insumos no hemos podido cumplir las obligaciones de la empresa. Ya están iniciando procesos legales contra mí, y mis recursos han disminuido tanto que no tengo cómo pagar un abogado. He intentado hacer todo lo posible por cerrar de la mejor forma, pero no doy más, debemos cerrar la empresa. Siento mucho todo esto que está pasando, pero podemos pensar que es por un bien común, ¿o no? Estas manifestaciones y marchas serán para llamar la atención de los que nos están jodiendo, ¿verdad?” – y de esta forma Fabián se intenta convencer de que todo mejorará en algún momento. Daniela es la única que se levanta de su silla, se acerca a Fabián y le da un abrazo. Le hace saber que ha sido un jefe y un empresario increíble, y que llegarán mejores épocas. Le dice que toda la lucha de hoy en día es por alcanzar las mejores condiciones necesarias para la supervivencia equitativa de todos. Fabián levanta su rostro lleno de lágrimas y mirando a Daniela dice – “Ojalá mi hija Sara de 5 meses lo pudiera entender así cuando no reciba la porción de comida completa hoy. Con todos mis intentos de salvar esta empresa he gastado hasta mi último peso, esperando que las cosas se solucionen. Yo puedo no comer hoy, pero mi hija… ¡mi hija!” – termina con un llanto sobre la mesa. Daniela lo abraza más fuerte y sus demás compañeros se acercan para darle un poco de ánimos. Uno de sus compañeros mete su mano al bolsillo y saca un billete de cinco mil pesos y lo coloca sobre la mesa diciéndole a Fabián que puede contar con ellos para la comida de Sara. Otra compañera saca uno de diez mil y lo junta con el de la mesa diciendo que sería para la comida de mañana. Daniela, revisa su bolsillo y sólo encuentra dos mil, recordando que había dejado lo que le quedaba en la mesa del pasillo para el desayuno de Fernando. De igual forma lo saca, diciendo que, aunque sea poco quiere aportar. Fabián les agradece con el alma, y les dice que ya pueden ir a las marchas, que ya deben estar empezando. Que él no podrá ir el día de hoy, por obvias razones. Todos toman sus pertenencias y salen a sus destinos.

Daniela camina unas cuadras hasta la avenida donde se encuentra con David. – “¿Por qué estás llorando Dani?” – Le pregunta su mejor amigo, a lo que Daniela le explica lo sucedido en la oficina. – “Entiendo, lo siento mucho por Fabi” – dice David, y de paso aprovecha a preguntar – “¿Y tu novio? ¿Ya renunció a la policía?” – Daniela, preocupada también por Fernando, le responde que no es tan fácil para él. La situación económica entre los dos ha sido complicada, y ahora ella sin trabajo las cosas se podían poner peor. No sabría qué hacer si ambos perdieran su empleo. – “Tienes razón, qué situación tan complicada, espero que Fercho pueda manejar las cosas en la policía. ¿Trajiste lo que te pedí?” – Preguntó su amigo, a lo que Daniela abre su maleta y saca los cartones y los marcadores para hacer los avisos de las protestas. En un parque a dos cuadras se sientan a pintar los avisos con mensajes de la protesta, se reúnen con más amigos y se preparan para unirse a la manifestación que viene marchando por la avenida.

Luego de muchos cantos y arengas llegan a la Plaza de Bolívar, donde el plan es hacer protesta pacífica hasta finalizar la tarde. Es una voz de apoyo a los dirigentes del paro que están decidiendo si sentarse a negociar o no con el gobierno. La hora del almuerzo, Daniela se alejó un poco del grupo, pues no quería que se dieran cuenta que no tenía comida, pero David que no es bobo lo notó. La encontró sentada en el borde de la estatua mirando lejos y se sentó a su lado. Le ofreció parte de su almuerzo lo que hizo que Daniela se sintiera un poco mejor. Le agradeció inmensamente y ambos quedaron con las energías para seguir protestando.

Pasaron unas 5 horas más, y todo trascurría con normalidad, enterados de los demás bloqueos y manifestaciones en el resto de la ciudad, hasta que una bomba estalla contra los muros del capitolio. La gente comienza a agitarse y a gritar – “¡Cerdooooos!, ¡asesinoooos!” – La policía intenta controlar unos cuantos chicos que estaban comenzando a lanzar bombas contra ellos. Estos pocos chicos cada vez eran más, y el desorden y el miedo se apodera de todos en la plaza, pero la adrenalina hace que griten más duro y que la rabia se apodere de cada uno. David, lleno de odio, se mete entre la multitud para acercase a la zona del problema, y Daniela preocupada por él lo sigue, y cuando van llegando al punto alguien grita – “¡Este es un policía infiltradooooo!” – a lo que todos se voltean y se comienzan a ir encima del mencionado. Para Daniela, ver la escalofriante escena de la golpiza que le dieron a su novio le bajó los colores y la tumbó al suelo desmayada, pero al estar entre tanta multitud enardecida sólo pudo recibir pisotones y más empujones que le hicieron perder la consciencia.

Luciano:

El comandante Luciano Rangel se levanta con los mejores ánimos, se alista rápido y su esposa ya le tiene preparado un buen desayuno, completo y nutritivo. Hoy se pone su saco lleno de insignias, pues es la forma de demostrar poder sobre todos esos policías que saldrán a defender la patria. Su esposa, una mujer desentendida de la realidad, está feliz también, pues en la tarde, mientras su esposo está atendiendo sus asuntos, a ella la visitará su entrenador de squash, con quien ha logrado crear una relación pasional. El único problema son los hijos, que estarán todo el día en casa, pero no sería la primera vez. Los juegos de video y el internet lo solucionan todo. El comandante Rangel sale para hablar con los policías hoy, pues ha recibido órdenes de sus superiores para hacer lo que sea necesario para cambiar la imagen de las marchas “pacíficas” por una imagen de caos y descontrol. Esa misión le gusta, pues, aunque no lo acepta formalmente, disfruta con el dolor ajeno. Nadie lo podría culpar, pues así fue entrenado desde pequeño, y su carrera en la policía ha sido intachable hasta el momento. Al llegar al comando, se sienta en la entrada a mirar la entrada de todos los policías del centro, y así poder escoger los que mejor le parezca para su plan de infiltrar la marcha. Por sus rostros, y por otros aspectos, se decide por Rodríguez y Alcázar. A partir de ese momento, les da un discurso motivacional, unas cuantas instrucciones de cómo enfrentar un paro pacífico, pero al mismo tiempo cómo reaccionar si las cosas se ponen difíciles. No es nada diferente al día anterior, sólo que esta vez se asegurará de que las cosas se pongan difíciles para dar buenos números a sus superiores y ganar más crédito en su escala policial.

Al finalizar, llama a un costado a Rodríguez y a Alcázar y les da la orden de cambiarse y de infiltrarse como marchantes de manera secreta para todos los demás. Les indica que usen un trapo blanco en el brazo pasa ser reconocidos por los demás y que todo estará seguro. Algo que le molesta a Luciano Rangel es los lloriqueos, así que cuando Alcázar demuestra cierta negación, los pone sobre la raya, obligándolos a cumplir con la patria y con dios. Una sutil amenaza cae perfecta en ese momento, así que mencionar a la familia fue la solución. Terminada su labor del día, recuerda que no le avisó a los demás acerca del trapo blanco en el brazo, pero eso no lo preocupó, por el contrario, sólo se dibujó una sonrisa en su rostro mientras saca su celular del bolsillo. Llama a su esposa para avisarle que debe ir a un “entrenamiento de novatos” en la tarde, por lo que no llegará temprano a casa. La esposa, tranquilamente le responde que no hay ningún problema, que ella se encargará de los niños hasta la hora que sea necesario. Rangel, orgulloso de su esposa, se dirige al centro, donde sabe que terminarán las manifestaciones el día de hoy. Pero no a trabajar específicamente.

Ingresa al palacio de justicia, y sube a la terraza donde se encuentra con algunos políticos de nivel medio y otros mandos policiales y del ejército. Están todos sentados con algunas botellas de whisky para acompañar el rato. – “Llegó a tiempo comandante Rangel” – le habló uno de ellos mientras se sentaba, y otro continuó – “Le pedimos el almuerzo. Filet Mignon está bien, ¿verdad? – Rangel respondió sonriente, indicando que ojalá lo hayan pedido sin arroz, porque está cuidando su salud como su esposa, a lo que todos sueltan una carcajada. Desde hace unos días, y así como habían hecho en manifestaciones anteriores, el plan de su grupo de policía, político y de ejército de mandos medios es “disfrutar” del evento en la mejor ubicación posible, mientras se charla de otros temas y se acompaña con unas buenas botellas de whisky.

En un momento de la tarde, observando todos los manifestantes abajo en la plaza gritando, cantando y expresando todas las inconformidades, pregunta uno de los políticos – “Rangel, ¿a qué hora iniciará el show? Nos estamos aburriendo” – y todos lo siguen con una carcajada. Rangel, tomando un sorbo de su whisky les pide calma, pues ya logró divisar desde su ubicación a los que iniciarían el espectáculo. Un coronel interviene para ayudar a Rangel en la imperceptible guerra de poderes que se estaba armando en la terraza, y pregunta – “¿Y no es que hoy vendría el ministro con nosotros a ver el show? Alguien lo había prometido ayer” – De esta manera, y con la intención de hacer quedar mal al político que había preguntado, el coronel ayuda a Rangel. El político, un poco apenado, decide responder con la verdad, algo que es muy extraño en esos ámbitos – “No, las altas esferas nunca se unen con nosotros. Somos la “chusma” para ellos. Ellos deben estar en sus mansiones viendo con trasmisiones en vivo o simplemente ignorando todo lo que aquí sucede. Para cualquier cosa estamos nosotros.” – finalizó. Las risas se detuvieron, y sólo se escucharon de fondo los sorbos del whisky que estaban tomando. Rangel se levanta de su puesto y se acerca al borde de la terraza y les dice a los demás – “Señores, si observan a la izquierda del capitolio, los dos encapuchados con un trapo blanco en el brazo se empezaron a agitar, es decir, que el show va a comenzar”. El resto de la tarde fue una mezcla de risas, y expresiones de emoción entre todos, viendo lo complicado que se puso la situación en la plaza.

Al finalizar la jornada, el coronel le dice en voz baja a Rangel – “Comandante, creo que uno de los del trapo blanco pudo haber muerto por lo que vi…” – a lo que Luciano responde tranquilizando y diciendo que si ese muere lo pasarán como baja policiaca hecha por los manifestantes. Una carcajada más se escucha desde la terraza para finalizar el día.