MACROMUNDOS

Fogosidad Letal

Como en muchas situaciones de la vida, a veces podemos obviar algunas cosas que tal vez para otros puedan tener importancia. En esta pequeña historia, podremos adentrarnos en los muchos ojos de un ser que, por lo general, puede ser invisible ante los ojos de otros, pero que juega un papel importante en el sistema general de la vida.

¿Has escuchado aquello que dice que tal vez, en algún lado de tu habitación, existe una pequeña araña que te puede considerar como su mejor amigo o amiga? En el mundo de las arañas ese dicho es un chiste, y se comenta cada vez que se reúnen o comparten entre ellas. Pero para Amelia no era tan chistoso, o al menos eso pensaba mientras sus amigos lo repetían de nuevo. Amelia era la araña que vivía en la habitación de un niño pequeño, juguetón y un poco desordenado. Por alguna razón, Amelia lo admiraba y lo observaba día a día con sus juegos y los mundos que construía para divertirse. Se sentía tan cómoda con él que, en las noches en vez de reforzar su telaraña, prefería bajar desde el techo hasta la cama del pequeño, y recostarse a su lado. Eso era algo que la llenaba de energías y la animaba a conseguir su comida al día siguiente. Además, la colcha de flores la hacía sentirse como si estuviera en un jardín maravilloso. El niño tal vez nunca se percató de su presencia, pero Amalia lo visitó noche tras noche, en posición de comodidad y confianza, hasta que el pequeño fue creciendo. Extrañamente, los amigos y familiares de Amelia comenzaron a fallecer, a desaparecer, pero ella seguía allí, sin sentir una pizca de cansancio. Algo le estaba dando fuerzas y una larga vida, así que ella continuó visitando al pequeño que ya estaba superando la adolescencia. Los juegos iban desapareciendo, y la tecnología tomaba su lugar. Un televisor, un computador y más adelante celulares y tabletas eran los intereses del chico, que todas las noches leía, veía videos o se entretenía con cualquier cosa. Su cama dejó las clásicas flores para dibujar allí sus súper héroes favoritos. Amelia se sentía feliz en esos momentos, pues hallaba en su amigo una sagacidad innata, y se enorgullecía al verlo tan juicioso, tan entendido e inteligente. Ella, encima de sus cobijas, le hablaba en las noches, le decía lo mucho que podría alcanzar si se esforzaba lo suficiente, y como todas las mañanas, antes de que despertara, subía de nuevo al techo batiendo cuatro de sus patas en señal de despedida.

Pero, para el chico no todo era tan maravilloso como su amiga lo percibía. La adolescencia le trajo algunas experiencias en el estudio y con las chicas que le generaron cierta depresión. Los ánimos comenzaron a decaer, la luz a duras penas se sostenía en las noches, mientras el chico se ahogaba en llanto. Amelia no sabía qué hacer, pues sus mensajes de ánimo y de impulso ya no surtían efecto. La cama se convirtió de un escenario de juego y alegría en un espacio de tristeza y desolación.

Y las cosas no cambiaron pronto, pues el chico creció lo suficiente como para tomar la decisión de irse de allí, a buscar nuevos horizontes. Amelia entró en desesperación, pues si él se fuera, no podía ayudarle con sus mensajes de ánimo. Decidió arreglárselas para ingresar en una de las cajas del trasteo para intentar acompañarlo en su destino, pues ¿qué malo podría pasar? Por alguna extraña razón su familia iba por la quinta generación y ella seguía con vida, así que no había nada ni nadie que la amarrara a ese sitio. El viaje no fue fácil, pues la comida escaseaba y los espacios eran incómodos, pero por fin habían logrado llegar a su nuevo hogar. Mientras el chico organizaba sus cosas, ella construyó sus telarañas reforzadas de modo que pudiera alimentarse, recuperar energías y volver a su función principal: ayudar a su amigo a salir adelante. Al regresar a la habitación Amelia se llevó una gran sorpresa. ¡La nueva cama era genial!, mucho más cómoda y elegante. Los súper héroes cambiaron por un diseño agradable de líneas rectas y curvas con varios colores llamativos. Aunque esta alegría en colores no logró mejorar el ambiente para el amigo. Pasaron meses en los que el llanto no desapareció en las noches, pero ella nunca falló en su mandato. Sus palabras de aliento en la nueva cama nunca faltaron y por fin, los gestos de su amigo fueron mejorando. El llanto fue desapareciendo, y aunque no había nadie más que ellos dos en el hogar, él comenzó a hablar con alguien. Las cortinas de abrían día tras día de par en par y la vida se llenó de luz y alegría de nuevo. El amigo estaba enamorado.

Pocos meses después Amelia conoció a la susodicha, pues se veía como una chica linda, juiciosa y amorosa. De entrada, fue validada. Ese día almorzaron juntos, se sentaron en el sofá y rieron un buen rato. Luego la chica de despide y él termina con una sonrisa de punta a punta. Amelia disfruta cada segundo de su nueva energía, y esa noche en su cama, más allá de palabras de ánimo, le felicita con una lágrima en el ojo y el corazón bombeando con más fuerza. Así pasaron varias visitas hasta que una vez, la chica no se fue. Amelia estaba comiendo un delicioso zancudo y guardó un poco para después. Caminó hasta el techo justo encima de la cama, comenzó a bajar como todas las noches, cuando ¡Zaz! La chica no se había ido. Estaba en la cama con su amigo. Sin embargo, fue tarde para reaccionar, pues el impacto hizo que Amelia se quedara quieta por un instante, y cuando intenta reaccionar, comienza a subir de nuevo justo en el momento en el que el par de amantes, uno encima del otro dan una vuelta en la cama cambiando de posición. Amelia, quedó justo detrás de la espalda de la amada de su amigo, acabando toda posibilidad de abrir de nuevo sus ojos debido a la presión del momento ejercida por él mismo.

Amelia finalizó su larga, larga vida mientras pensaba que la hacía feliz que su mejor amigo fuera feliz. El chico, cuando la fogosidad del momento había pasado, lo único que pensó cuando vio a Amelia fue que le daba una gran pereza tener que lavar las sábanas.